lunes, 21 de noviembre de 2016

Arnolfini y su mujer

























En realidad, la pintura está saturada de significado. No es un cuadro sin más de un hombre y una mujer, sino el retrato de un sacramento religioso: el sacramento del matrimonio. Giovanni Arnolfini se promete a su novia tomando con su mano la de la muchacha y levantando la otra mano en un gesto que indica un juramento sagrado, mientras que ella, dándole la mano, le corresponde del mismo modo. Este juramento recíproco sin la presencia de sacerdote era suficiente como ceremonia matrimonial en aquella época: 1434.
        En esta boda hubo testigos -aunque tampoco los testigos eran necesarios--, y lo demuestra la existencia de la propia pintura, que hasta cierto punto sirve como documento atestiguando el matrimonio. Encima del espejo, el pintor da testimonio de su propia presencia en la escena escribiendo con escritura florida y legal «Jan Van Eyck estuvo aquí», y añade la fecha (...). Podemos verificar este hecho si miramos el espejo de cerca, pues su superficie convexa refleja la puerta de salida situada frente a la pareja, y allí revela la presencia de dos testigos.
        Pero no sólo es significativa la escena en su conjunto: cada detalle en sí mismo tiene un significado. En el candelabro hay una vela solitaria encendida, que en plena luz del día no sirve para iluminar, pero está allí simbolizando a Cristo que todo lo ve y cuya presencia santifica el matrimonio. El perrito no es simplemente un vulgar perro faldero, sino que representa la fidelidad, los rosarios de cristal que cuelgan de la pared, y el inmaculado espejo simbolizan la pureza mientras que los frutos que hay sobre el arcón y el alféizar son recordatorios del estado de inocencia antes de que Adán Eva cometieran el pecado original. Incluso tiene significado el que los dos personajes estén descalzos -las zapatillas de él se ven a la izquierda en primer plano y las de ella en el centro al fondo-: indica que la pareja está pisando un suelo santo y por eso se ha descalzado.